Frente a esto, el teólogo Cavanaugh
denuncia que “los cristianos han adoptado, con un alarmante acuerdo, el mito de
la salvación del estado como propio, y se someten a las prácticas de
vinculación con el estado”[2].
Y propone un nuevo ejercicio de imaginación, capaz de superar al de la
modernidad, un ejercicio de imaginación política – teo-política, diría
él- que esté enraizado en la narrativa cristiana y supere las dicotomías
propias de la modernidad. Lo más característico de este intento va a ser lo que
elige como clave: la Eucaristía. De ahí que hable, incluso, de su propuesta
como de “anarquismo eucarístico”, “no en el sentido de que proponga el caos,
sino en el de que cambia el orden falso del estado”[3].
Su propuesta va a intentar recuperar para la Iglesia un papel en la vida política. Su desaparición, reducida a ser un interlocutor más en el contexto de la sociedad civil, o el motor privado que genere determinadas actitudes entre los miembros cristianos del Estado, contrasta con la visión densamente social que transmite la Historia de la Salvación. Ese es el dato teológico al que se aferra Cavanaugh: la Iglesia es un todo que abraza al mundo entero, no una mera asociación particular. En el marco amplio de la historia – “que es el teatro de los propósitos salvadores de Dios y de las empresas sociales de la humanidad”[4]- la Iglesia tiene el deber de contribuir al bien común siendo precisamente ella, la “portadora de las políticas de Dios (“the bearer of God´s polithics”[5]), trascendiendo –por su condición de católica– los límites del estado-nación. Reducirla a una asociación privada hace que, en consecuencia, carezca de los medios de resistirse a la pretensión creciente del religare del Estado. Una reducción, en definitiva, de su capacidad de resistencia. Frente a los vínculos de disciplina del moderno Leviatán, Cavanaugh piensa que la Iglesia es capaz de generar disciplinas comunitarias capaces de transformar la vida social. Para Cavanaugh, en síntesis, es necesario que la Iglesia se replantee su papel en el espacio público, dejando de pensar que se mueve entre una doble alternativa, la reclusión privada (como si fuera una secta particular, frente a la supuesta catolicidad del Estado) o la participación en un debate público controlado por el Estado. Para él, la Iglesia “transgrede tanto los límites que separan lo público de lo privado como las fronteras de los estados-nación, creando así espacios para un tipo diferente de práctica política, una que no puede ser presionada para que se ponga al servicio de las guerras o de los rumores de guerra”[6].
La propuesta de Cavanaugh es una narrativa intensamente eucarística. El Estado moderno ha devenido, casi insensiblemente, en una globalización que, disfrazada de aldea global -otra parodia- no sabe ofrecer más que un falso relato de globalidad, donde espacio y tiempo concretos desaparecen, vaciados de contenido. Pero la Iglesia, realmente católica, es capaz de ofrecer respuesta a “la aspiración de una humanidad dividida a unirse como un todo”[7]. ¿Cómo resolver el problema concreto de la relación entre lo universal y lo particular? Su respuesta pasa por la Eucaristía, capaz de generar una narrativa de proporciones globales. Ella reúne en el tiempo y espacio concreto de cada asamblea local a toda la Iglesia, dispersa por un espacio y un tiempo globales. La Eucaristía, una especie de “centro descentrado”, concentra la totalidad: toda la Iglesia está presente, porque el Cuerpo de Cristo completo -cuerpo de Cristo, cuerpo eclesial- está presente: “el mundo en una oblea”[8].
Cavanaugh tiene una pretensión muy elevada: reescribir una narrativa de proporciones globales que haga repensar las pretensiones políticas de Estado e Iglesia, fundando esta comprensión en la Eucaristía como representación -en el sentido más fuerte de la palabra: volver a hacer realmente presente- fundacional. De este giro netamente decididamente eucarístico de su planteamiento resulta una teología política propositiva en sentido dorsiano, como el intento de extraer, del dogma cristiano, consecuencias de alcance político. Como poco, resulta sugerente el intento de replantear los esquemas básicos del pensamiento político moderno. Ese es el deseo del teólogo norteamericano: “mi meta como teólogo cristiano es ayudar a la Iglesia a ser más fiel a Dios y a Jesucristo. En el momento presente, pienso que la fidelidad significa tener una mirada dura sobre estructuras políticas y económicas que muchos cristianos dan por sentadas”[9].
[1] Cavanaugh, W. T., El mito de la violencia religiosa. Ideología
secular y raíces del conflicto moderno, Editorial Nuevo Inicio, Granada
2010, p. 335. La cita es de J. N. Figgins.
[2]
Cavanaugh, W. T., “The city. Beyond secular parodies”, en Milbank, J., Pickstock,
C. y Ward, G. (eds.), Radical Ortodoxy. A
new theology, pp. 182-200, p. 197.
[3]
Ibid. p. 194.
[4]
Cavanaugh, W. T., Migrations of the holy.
God, State, and the political meaning of the Church, William B. Eerdmans
Publishing Company, Grand Rapids, Michigan, 2011, p. 137. La cita que usa
Cavanaugh es de Oliver O´Donovan.
[5]
Cavanaugh, W. T., “Church”, en The
Blackwel Companion to Political Theology, Scott, P. y Cavanaugh, W. T.,
(eds.), Blackwell Publishing Ltd, 2004, pp. 393-406, p. 405.
[6] Cavanaugh, W. T., “La
mitología de la modernidad: un diagnóstico teológico”, en Bernabé, C. (ed.), La modernidad cuestionada. La corriente
«Ortodoxia radical» y su propuesta de una nueva «teología política»,
Cuadernos de Teología Deusto, Bilbao 2010, pp. 13-30, p. 97.
[7] Cavanaugh, W. T., Ser consumidos. Economía y deseo en clave
cristiana, Ed. Nuevo Inicio, Granada 2011, p. 107.
[8] Cavanaugh, W. T., Imaginación teo-política, Ed. Nuevo
Inicio, Granada 2007, p. 119.
[9] Goñi, C., “La
modernidad como parodia: el pensamiento político de William T. Cavanaugh”, en
Herrero, M.-Cruz Prados, A.-Lázaro, R. y Martínez Carrasco, A. (eds.), Escribir en las almas. Estudios en honor de
Rafael Alvira, Eunsa, Pamplona 2014, pp. 411-429, p. 428.